Estamos siendo gobernados por una racionalidad de negociantes

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Estamos siendo gobernados por una racionalidad de negociantes
Pedro Medellín Torres. Columnista de EL TIEMPO.

El grado de cercanía del empresario al Presidente es el que impone un determinado contenido a las políticas públicas.

¿Las leyes no rigen para los amigos?

Se gobierna para el enriquecimiento de unos pocos empresarios

Las fronteras entre política y economía se siguen degradando. Los empresarios no dejan de servirse de la política para consolidar sus negocios, ni los políticos dejan de utilizar a los empresarios para mantenerse en el poder. Fieles a una tradición de atajos, unos y otros han sabido sacar partido de los intercambios, bien para mantener una posición privilegiada en los mercados o bien para conservar su vigencia en la política.

Se trata de una relación que, hasta finales de los 70, se había afianzado de manera más o menos institucionalizada. Las transacciones entre políticos y empresarios no solo se habían restringido a la acción gremial para la aprobación de licencias de importación, la obtención de créditos de fomento o el establecimiento de aranceles para proteger la producción nacional. También habían configurado un sistema de reciprocidades, en que los empresarios apadrinaban los pactos que consolidaban el poder de los políticos.

Pero las relaciones no estuvieron exentas de confrontaciones. Sáenz Rovner, en su trabajo sobre industriales y política (Universidad Nacional, 2002), muestra cómo a pesar de su "vocación por la defensa de la democracia", los empresarios no tuvieron problema en apoyar el cierre del Congreso en 1949, aplaudir el golpe militar en 1953 o apoyar su derrocamiento en 1957, argumentando la indebida intromisión del General en los negocios privados.

Pese a que no se trataba de un empresariado compacto, cuya capacidad de presión provenía más de la confluencia coyuntural de unos intereses privados (unas veces proteccionistas, otras librecambistas), los gobiernos habían optado por una orientación más pragmática y menos doctrinaria de sus políticas económicas.
Como señala Marco Palacios, todo dependía de "la cambiante percepción de los grupos empresariales ligados al café, la industrialización y al sector financiero y bancario, principalmente" (Populistas, mandarines y violencias, Editorial Planeta, 2001:109).

Sin embargo, en las dos últimas décadas, en la medida en que las instituciones se han debilitado, las relaciones entre políticos y empresarios se han desinstitucionalizado. La falta de partidos políticos que se sintonicen con las demandas empresariales, y la clientelización de segmentos clave del gobierno y la administración de justicia han llevado a que las presiones gremiales de cafeteros, industriales, comerciantes o banqueros sean sustituidas por un sistema de relaciones personales de los empresarios directamente con el Presidente.

Son los nuevos amigos políticos que, bajo el ropaje poderoso de
los 'cacaos', están con el gobierno de turno. Ayer, apoyando a Samper en el proceso 8.000 o la zona de distensión de Pastrana.
Hoy, jugados con la reelección de Uribe, sabiendo que, en contraprestación, mantienen el sistema de favores que les permite beneficiarse de las exenciones tributarias y las decisiones de política o la institucionalización de la 'puerta giratoria', que permite a sus ejecutivos llegar a altos cargos de gobierno y luego volver a la empresa privada.

Ya no es el peso de los gremios lo que define, sino el grado de cercanía del empresario al Presidente el que impone un determinado contenido a las políticas públicas.

No de otra manera se explican los malabares jurídicos y técnicos que debió hacer la Ministra del Ambiente para derogar una resolución y luego expedir una licencia que favorece la empresa de su colega el Ministro de Minas y Energía; o los argumentos que ha tenido que exponer el Ministro de Hacienda para defender el aumento en la lista de beneficiarios de la reforma tributaria; o incluso las presiones presidenciales para que se acelere la expedición de licencias. Todo parece indicar que estamos siendo gobernados por una racionalidad de negociantes, en la que, como dijo Juárez, "Las leyes no rigen para los amigos".

Pedro Medellín Torres